GAMBITO DE PEON

6/03/10

octubre 2005

Final del juego (acerca de la brevedad)
Para definir el cuento breve parece útil hablar de ajedrez. No soy un experto en el juego, pero cuando me enfrento a un rival más joven, empiezo a rezar para que no intente el famoso “mate pastor”. Esa jugada impactante que permite derrotar a un adversario desprevenido con un puñado de movimientos rápidos me pareció milagrosa la primera vez que la vi, pero ahora pienso que sus fanáticos odian el ajedrez, que su único objetivo es ganar sin ningún esfuerzo y deslumbrar de paso al principiante humillado: un knock-out idiota en el primer round. Sin la menor duda, las mejores partidas son las que empiezan después de las aperturas, cuando la desaparición progresiva de piezas blancas y piezas negras transforma el tablero en un desierto y se llega al esperado final. Ha tenido que pasar mucho tiempo para que las huestes disminuidas, purificadas hasta lo esencial, se enfrenten con sus aislados grupos de peones, algún caballo sin jinete y la terca soledad de su rey. En este punto el tiempo se detiene y el ajedrecista, como un pistolero que tarda horas en desangrarse, se ve obligado a pensar de verdad. Hay ciertas reglas, pero el verdadero talento no está en la rapidez sino en la habilidad para manejar las escasas fuerzas disponibles. Ese alfil solitario, ¿será suficiente para dar el jaque mate? ¿Cómo lograr que un peón intrépido llegue al otro lado y le crezcan alas para volar? De forma parecida, los cuentos breves que más me gustan no se definen por ser breves, sino por esa asombrosa metamorfosis que permite cifrar, en un solo detalle imprescindible, la complejidad de un mundo o la belleza de un personaje que mira por la ventana y se esfuma para siempre.

Luis Hernán Castañeda. Autor de Casa de Islandia.
gambito Domingo, 30 Octubre 2005 21:21


Antisocial
Mi nombre es Efe y odio los cuentos cortos.Me refiero a las narraciones breves: no las soporto. Hay algo en los cuentos cortos, no se qué, pero resulta detestable.Quizá sea su manera de acabar pronto, de no durar mucho.Si fueran más largos, tal vez me gustarían, pero entonces no serían cuentos cortos.Así que no hay salida, mi odio es eterno.Tanto así, que quisiera destruirlos a todos, borrarlos de nuestra memoria.Pero la tarea no es fácil, así que acepto colaboradores.Si odias los cuentos cortos, escríbeme.Juntos podremos hacerlo.Pasa la voz, que empiece la cruzada.Y si ves un cuerto corto por ahí, dispara sin piedad.

Luis Hernán Castañeda. Autor de Casa de Islandia.
gambito Domingo, 30 Octubre 2005 19:27

Víctima
Hey flaquita, mírame.Estoy frente a ti. No te hagas la loca. Sí. Quiero que me des plata, pues. Yo sé que tienes, no te hagas.Por gusto gritas, por aquí no pasa nadie, ni vivo ni muerto.Tranquila, flaquita, tranquila. Shhh. La verdad que estás buena flaquita, franco. Por gusto miras a todos lados, ya te dije que por aquí no pasa nadie.Sí, me doy cuenta que es de noche y que hay luna llena.No me amenaces, flaquita, vas a perder. No me cambies de cara.Sí, seguro que vas a defenderte con uñas y dientes. Sobre todo con tus dientes, ¿no?Pero yo tengo un crucifijo de plata. Ves, quema.Ahora, suelta el billete.

Daniel Salvo
gambito Viernes, 28 Octubre 2005 13:09

Memorando
Desde la tarde en el parque, trece años exactamente, que no la he vuelto a ver. Ella tenía apenas quince años, dos ojos lindos y ningún amor sobre su pecho. A veces camino a casa me parece sentir su perfume entre las flores y entonces me da por imaginarla dando vueltas con sus faldas celestes, amarillas, anaranjadas y blancas llamándome y diciéndome que sí, que el verano acaba de empezar.

Miguel Enrique Morachimo (Trujillo, 1987)
gambito Viernes, 28 Octubre 2005 12:57


El Rey
Un tipo desarrapado cantaba boleros en las cantinas, con una guitarra rota.Y le dije: déjeme declararle, casi declamarle, que usted es un mago. Él respondió - y fue como si preguntara -: ¿por qué? Yo le vi en la cara la sinceridad. Tenía en los ojos, clarito, un signo de interrogación. No hablaba por vacilarme así que volví a decirle: Usted es un mago, un verdadero mago. Esto que hace es un abracadabra, un portento de la imagianación, un reto a la realidad, que es lo mismo que no ser real y a la vez ser más real que lo real.El personaje había sido cantor experto. En el año de 1970 emprendió un viaje del que no volvió… No soy nadie para culparlo: a veces el mundo es pequeño y la gente muy grande; a veces se escapa uno por la puertecita chueca, por el hoyo de la luna en la noche; a veces se es un David Copperfield triste, un hipnotizador del desespero.Y él volvió a preguntar: ¿por qué mago?; y yo le dije: usted es un mago porque toca la guitarra con solo tres cuerdas… Y el tipo miró el instrumento como si estuviese en perfecto estado.Su mirada fue tan transparente, tan honesta, tan mentira y tan verdad, y tan exagerada su honradez que, de pronto, no había cuerda que faltara, ni saco que estuviera raído, ni pantalón gastado, ni zapatos con agujeros; de pronto, la ilusión era verdad y la verdad ilusión y el tipo, sobre una tarima enorme, luminosa, con un frac escarchado y fino, cantaba con voz potente algo sobre ser el “Rey”.Carlos Oriel Wynter Melo (Panamá)
gambito Martes, 25 Octubre 2005 15:25


El cuadro
De la galería todo quedó reducido a ceniza: aun las puertas, las vigas del techo, las estatuas y el decrépito velador. Pero se salvó un pequeño cuadro, donde estaba pintado un incendio.

Edgar Avilés
gambito Lunes, 17 Octubre 2005 16:59


El asistente
Centro de la ciudad. Casi amanece. Creo que no he llegado tarde. Esta vez es un pasadizo breve y apenas tres o cuatro puertas calladas. Me detengo ante la más cercana y bajo la mirada como ante un rostro conocido. Sé qué hallaré tras la puerta: botellas vacías, sábanas alborotadas, frascos recientemente abiertos, quizás baños tibios… las mismas imágenes una y otra vez y tal vez la selección la dicte la estación, las mañanas frías, un descubrimiento insoportable o algún amor mal curado. Pero esta vez mi mano toma el picaporte y la puerta no cede. ¿Habrá sido un engaño? ¿Por primera vez me habré equivocado? Las demás puertas me observan. Pero yo sé que es tras esta donde encontraré de nuevo la risa nerviosa del suicida, sus ojos abiertos ante mi llegada, las tijeras detenidas sobre las venas, el gatillo aún sin pulsar, la masa de pastillas convertidas ya en bolo letal descendiendo hacia el estómago. Su rostro será cualquier otro, pero eso no ha de importarme. Pasada la sorpresa inicial, redescubierto el irrefrenable motivo, me sentaré con calma a su lado preparado para lo que necesite; enjugaré su sudor, alisaré sus cabellos; si rompe en llanto –casi nunca sucede- sabré acercarme a su oído y susurrarle con ánimo fraterno lo que ya a su modo sabe. Entonces pasaremos momentos incómodos, largos minutos de indecisión, leves palmadas en los hombros. Poco después, algo en su quietud me lo revela. Y en ese instante, alejado de todo impulso violento, simplemente me mira. Conozco muy bien esa mirada, porque no dice nada y es el vacío lo que por negación interpreto. Este suicida ya está listo. Entonces dispongo con delicadeza lo necesario; él sabe que yo ordenaré lo que tenga que ordenarse, acomodaré lo que haya que acomodar, sembraré las irrefutables pruebas, las sentidas confesiones, las reveladoras pistas que harán girar la rueda policial que todo gobierna, hasta que ya satisfecha se detenga. Sobre ese lecho de calma, se hunden las tijeras, se aprietan los nudos, o se quiebra el silencio por el disparo, y luego las voces vecinas, irremediablemente curiosas, harán el resto. Luego de unos minutos me marcharé; después me veré sentado en oficinas públicas, calles colmadas, retazos de la armoniosa vida urbana diluyéndose a cada instante. Solo eso y simplemente esperar.Pero hoy… ¿realmente habré cometido un error? Quizás si eligiera otra puerta…, pero no, no porque entonces el mecanismo giraría sin dirección, desatado, y no sabría nunca si es a mí a quien esperan o soy yo quien ha impulsado el proceso. No podría vivir con una muerte sobre mis hombros. Entonces, tras un leve crujido, la puerta se abre por fin. Respiro aliviado. Entro, lo veo en la penumbra que ya se disipa, y avanzo hacia él. Puedo distinguir el revólver entre sus dedos, un ligero temblor y su cabeza gacha. Me siento a su lado, enciendo un cigarrillo, cierro los ojos y aguardo. Pienso que un día, en un amanecer como este, quizás la puerta de turno no se abrirá. Qué haré entonces, me pregunto. ¿Acaso forzaré las cerraduras que encuentre? ¿Haré andar de esa forma la maquinaria solo para no pensar que esta vez será mi sudor el que alguien más enjugue y los susurros de ánimo serán entonces para mí? ¿De ese modo me justificaré? Allí sentado, observando el cuerpo indeciso que me ha convocado, pienso que sí, que quizás sí habrá de llegar ese día. Entonces, con un ligero temblor, él levanta el rostro y me mira. Sujeta con fuerza el arma, y espera mi venia. Ambos sabemos que es todo lo que le hace falta.

Johan PageAutor de Los puertos extremos
gambito Miércoles, 12 Octubre 2005 19:52

Cambio y sustracción
Dos y media de la mañana. Llovía y caminaban. Silentes y sigilosos. Uno era gordo y el otro era flaco. No eran Laurel y Hardy. Eran Manuel y Francisco. Manuel era el gordo y Francisco era el otro. Manuel era viejo y Francisco era joven. Manuel llevaba una escalera plegable y una caja de herramientas. Francisco llevaba una pequeña batería y una sonrisa de pánico. Miraron a lado y lado. Cruzaron la calle y se detuvieron frente a Maxicars. Tras la vitrina un Daewoo y un Hyundai. Manuel había comprado un carro en Maxicars y no había podido pagarlo. Lo había perdido y quería venganza. Francisco era su cómplice y también su hijo. Manuel tenía rabia y Francisco tenía miedo. Manuel desplegó la escalera y Francisco le entregó el soplete. Manuel subió a la escalera y se detuvo frente al letrero. Era grande y luminoso. Con letras en relieve y fondo negro. Francisco unió el cable a la batería y Manuel encendió el soplete. Un carro que pasaba se detuvo y su conductor los miró. Francisco sintió un frío en el estómago y Manuel un respingo en el corazón. El carro siguió su marcha y los hombres se dieron prisa. No querían despertar sospechas y querían dormir esa noche en sus camas. La madre se había quedado en casa y estaba esperándolos. Se opuso y no logró convencerlos. Era una locura y ellos lo sabían. Pero era demasiado tarde y debían terminar lo empezado. Francisco le alcanzó las pinzas y el destornillador. Manuel hizo el cambio y la sustracción. Bajó de la escalera con la letra bajo el brazo y el soplete en la mano. Francisco desconectó el soplete y plegó la escalera. Recogieron las cosas y se alejaron. Francisco cruzó la calle y Manuel caminó detrás. Se detuvieron frente al letrero y miraron la obra. Francisco estaba aliviado y su padre satisfecho. El hijo cargaba con todo y Manuel con la equis. A lo lejos el letrero decía Maricas y fulguraba en la noche.

Antonio GarcíaAutor de la novela Su casa es mi casa.
gambito Lunes, 10 Octubre 2005 14:22


El sistema
Me he dado un porrazo en la cabeza. Iba por la calle, como un idiota, y me topé con la esquina de un andamio. Pensé que no era grave hasta que vi la sangre manchándome la camisa. Ríos y ríos, manando a borbotones.Tomé un taxi para ir al hospital. Mientras me desangraba en el asiento de atrás, el conductor me dijo "puede usted denunciar penalmente a la empresa constructora. Y ya puestos, al Ayuntamiento, por no haber impedido que la empresa constructora colocase eso ahí."Entonces me di cuenta de que yo no era un imbécil que se había chocado contra un andamio. Por el contrario, el andamio había sido negligentemente dejado ahí, debajo de la altura reglamentaria, como una bomba de tiempo para partirme la cabeza. "En realidad, siguióel taxista, ahora romperse los huesos es un buen negocio. Por cualquier cosa demanda usted también a la Seguridad Social."Y entonces, mientras mi vida pendía de un hilo en el asiento de atrás, decidí hacerme rico.En el hospital, empezaron por ponerme una antitetánica. Estratégicamente moví las caderas, a ver si la enfermera equivocaba el pinchazo y ponía mi vida en riesgo. Calculé que con una jeringa en la vena equivocada podría sacar unos $500, pero la chica acertó el blanco y me despachó amablemente. Volví a intentarlo en la sala de espera del quirófano. Empujé a una anciana para crear cierta atmósfera de confusión, pero a la señora no pareció importarle. Yaen el quirófano, sacudí la cabeza mientras me ponían los puntos, pero sólo conseguí un par de pinchazos fuera de lugar y un "estate quieto, coño" del doctor. Eso no bastará para denunciarlo por malos tratos.De todos modos, me he afeitado la cabeza y he tomado fotos de la cicatriz que demuestran que pude dejarme la vida en ese andamio. He llamado a un abogado que sólo me ha cobrado cien euros –nada en comparación con lo que voy a sacar-, y he suspendido mis vacaciones por si interfieren con la vista oral. No necesito vacaciones, porque he abandonado mi trabajo para demostrar que la herida produjo un daño irremediable. Ahora paso los días a 40º abriéndome la cicatriz con una navaja de afeitar para que no cierre antes detiempo, y echándole vinagre para que quede llamativa. No me duele, porque imagino que tengo el futuro garantizado gracias a ella, mi pequeña, mi bebé. Quizá deba pedir que me quiten los puntos antes de la fecha recomendada. Así diré que me recomendaron una fechaequivocada. Quizá pueda lograrlo en otro local de la Seguridad Social. Esta vez, pediré un médico con problemas de pulso.

Santiago RoncaglioloAutor de libros de cuentos y de la novela Pudor.
gambito Sábado, 8 Octubre 2005 20:40


El vientre de la ballena
El vientre de la ballena está poblado por luciérnagas, las paredes húmedas del animal hacen el resto, como espejos repitiéndome si es que repetir es mostrar variantes chiclosas de un ser permanentemente empapado, amenazado por una gripe que no llega nunca, aclarado por los jugos gástricos (en este sentido: digerido, aunque, lenta, imperceptiblemente). La ballena es un animal impredecible, puede pasar semanas enteras sin cambiar de posición, deslizándose lentamente por el océano, dejando entrar cada tanto bocanadas de pecesillos que me darán qué comer. Luego, de un momento a otro y sin que yo pueda entender el porqué, el animal se sacude, vibra; causará él solo una marejada, me digo mientras me aferro a la protuberancia de siempre o mientras intento alcanzarla, dando saltos que me matarían si no fuera tan blando el suelo. Solo me hieren las escamas, los huesos de los peces que yo mismo rompo. Una vez abrazado a la protuberancia, hay que tener paciencia. Me cubro con ella como si fuera una colcha de plumas perfumada por la playa. Pocas luciérnagas sobreviven al maretazo, pero se reproducen a gran velocidad, alimentadas por el agua dulce que se condensa en las paredes que lamo para mantenerme vivo (mi lengua, blanca). Escribo, armado con un espinazo, un mensaje que el animal trata de toser (cosa digna de ser sentida, la carraspera de una ballena), que mañana será costra y releeré durante varios días hasta que se desprenda; entonces arañaré otro.

Pedro Pérez del Solar
gambito Viernes, 7 Octubre 2005 00:18


Yo conozco de ti
A 200 metros de la Estación de Santos Lugares, me senté. Tenía unos días viviendo en Flores. Escuchaba los trenes pasar. De noche los trenes vienen, de día se van, me decían. Vivía en un tercer piso. El calentador a gas hacía ruido día y noche. El olor a gas se mezclaba al de la madera vieja, así como mi sangre al vino. Por una ventana se veía el techo de otra vieja construcción. Bajaba las escaleras, atravesaba un callejón angosto y largo, y salía del edificio ocre: árboles secos de invierno, prostitutas en la esquina de la calle Bacacay que cobraban 20 pesos. Caminaba hasta la otra esquina, doblaba y llegaba hasta el riel. Allí se paraban unos hombres a esperar su suerte, fumando, hablando entre ellos. Yo caminaba hasta la Plaza Flores. Compraba una botella y un pancho de a peso y medio, y me regresaba al edificio. Hasta que un día, de pronto, de la nada, como empezó todo, decidí cambiar mi rutina; decidí dejar de embriagarme, dejar de escribir, dibujar, y caminé a lo largo del riel, adonde sea me llevase. Me detuve a 200 metros de Santos Lugares. Un tipo flaco se me acercó, me dijo: "Estoy muy solo y triste en este mundo de mierda." Yo lo conocía, hasta tenía su disco, era el ché Tanguito. Dijo eso nomás, y se fue. Es extraño, poca gente me habla, pensé. Luego vino un tipo con acento peruano: "Oye, Luchito - me dijo -, sé lo que vas a hacer. No lo hagas." ¿Quién eres tú?, le pregunté, no lo reconocía, yo estaba ebrio, aún estaba ebrio de la última botella que había comprado en la Plaza Flores. "¿No me reconoces? A mí me has estado enviando tus relatos por email. Bueno, uno de los destinatarios." Cuando le iba a decir algo, al creer darme cuenta de quién era, desapareció. El humo de su cigarro se quedó mezclado con la neblina. Yo tenía 36 años. Había salido de Apolo, había salido de Jesús María, había salido de El Paso y de la Herradura, había salido de todas partes. Sólo me traje mi frazadita. No necesitaba nada más. Me eché a esperar, abrazado a mi frazadita. De día los trenes vienen, de noche se van, mentían.

Miguel IldefonsoHa publicado los libros de poesía Vestigios, Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas y M.D.I.H
gambito Martes, 4 Octubre 2005 00:26


Club de suicidas
Hola, soy Carmen, lo del mercurio inyectado en la sangre lo leí en una indigesta novela policiaca, es un mito tonto como el de la burbuja de aire o el chorro de agua, se los puedo asegurar, tomó la iniciativa una atractiva morena de ojeras pronunciadas y ropa ajustada al cuerpo. Ya me conocen, la asfixia es mi especialidad, asumió la posta un cara cuadrada de aspecto vulgar y tristón, pues ayer eché a perder el collar de perlas de mi madre, y la dulzura de esa piel ancestral atravesando mi garganta, me prodigaron los mejores seis minutos que puede resistir uno sin aire en los pulmones, y un fingido tormento envaneció su sentencia, restándole mérito a la confesión. Acto seguido, al ver a mi vecino luchando por ponerse de pie, un tipo con decidido aspecto de pez al que le extirparon recientemente las branquias, retirando gasas y costras de sus aletas, entiendo que lo sensato es abandonar la sesión. Ya en la calle, repaso de memoria mi fallida intervención, sí señores, lo acepto, no soy un profesional en estos menesteres, así que díganme, ¿qué hace uno, luego de cruzar la línea?

Augusto Effio
gambito Lunes, 3 Octubre 2005 22:43


Impromptu
En el ajedrez, no lucha el día contra la noche ni el bien contra el mal –entre otros pares de opuestos complementarios pergeñados por la tradición maniquea–, sino un mismo y único individuo, escindido entre la verdad, el saber y el instinto. El jugador –atenazado por la eternidad de lo elemental o por la actualidad del hórror vacui (pulsiones trágicas entre la vigilia y el sueño)– se deja llevar por un ensayo que obra la gesta lúdica a diferentes ritmos y acordes. Así, nada escapa al acertijo acompasado del riesgo, pues la melodía, más erótica que tanática, discurre en una improvisada estrategia surcada por maniobras maestras (grafo del deseo, postula Lacan sin arrastrar ninguna culpa). Entre un escaque y otro, la cadencia se enfoca en quebrar el registro del sometimiento, lo que exalta el goce del individuo en función de una sola jugada liberadora, aquella que implica la victoria intuitiva sobre el tiempo, a partir de una cogitación mítica, mística y misteriosa.

José DonayreDe Horno de reverbero, inédito.
gambito Domingo, 2 Octubre 2005 00:10

Lugar del autor
La obra va a empezar. Reconozco la íntima urgencia de los actores, antes de que se levante el telón, en la penumbra del estreno. El director me llama, con una vehemencia que sólo puedo calificar de teatral. Pero soy culpable de su angustia: no he terminado de escribir la pieza que se estrena en unos minutos. Sin embargo, sé de memoria la obra, y puedo dictarla a los actores en el mismo momento en que ellos deben representarla. Como además me toca el papel principal, precisamente el de autor, la pieza depende de mis acciones, y aunque dudo entre escenas y parlamentos, confío salir del aprieto.En el primer acto, la obra no ha empezado porque no he terminado de imaginarla. La escena se desarrolla, por lo mismo, como la promesa del próximo acto, que deberá plantear el tema y sus dilemas. La misma escena reproduce este proceso verbal: se va construyendo de a pocos, como si existiera solo después de ser nombrada. En el segundo acto, opto por una linea argumental episódica: soy el autor de mi propia fábula, pero debo ponerla a prueba, para que las palabras me cuesten su precio de oro. El diálogo se va armando cuando los personajes me piden un lugar en el lenguaje, y yo les pregunto por mi función entre ellos. Me aseguran que como autor problemático no pertenezco a la escena sino a sus prolegómenos, antes de que se enciendan las luces y el decorado reemplace a la platea.El tercer acto me recupera de ese diálogo de fantasmas. Ahora ya sé quien soy: soy el autor sin autoría, ya que la obra me abandona en el balbuceo para recomenzar en el recuento. No soy el autor sino el personaje sin memoria: el presente gestándose sin nombre. Esa marca del autor converso me señala con el fuego de la duda: no estoy aquí, me digo, porque pronto caerá el telón y apenas si adquiero mi nombre. Cae el telón como la tinta del olvido.

Julio Ortega, autor de Habanera
gambito Sábado, 1 Octubre 2005 10:57

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