GAMBITO DE PEON

6/03/10

Noviembre 2005

Anafrodisia
Al abrir el libro, Dulcinea salía desnuda de éste, arrastrando una estela de palabras. El lector soltaba el volumen con las páginas en blanco y extendía los brazos. Dulcinea, que no dejaba de verle a los ojos, se cubría de perlas de sudor apenas él comprobaba su materialidad. En aquella trama que protagonizaban, no había diálogos ni elipsis ni monólogos interiores. El relato de ellos era lineal, directo, descarnado. Así, cuando la historia llegó a su inevitable fin, no hubo culpas ni reproches. Por el contrario, lejos de buscar cabos sueltos, él se sintió tan satisfecho y abrumado ante la perfección del texto, que jamás se atrevió a releerlo ni a buscar otro que se le pareciera.

José Donayre. Autor de la novela La Trama de las moiras.
Miércoles, 9 Noviembre 2005 13:14


Mitomanía
Buena parte de la noche estuvo relatando de cómo llegó a ser un mitómano. Las estrellas y la tibieza estival de una noche de campamento invitaban a la confidencia y a la comprensión entre los seres. Su voz se entrecortaba, emocionada ante una confesión dolorosa y profunda que necesitaba exteriorizarse.Cuando niño debió ocultar las vergonzosas vivencias que le procuraba una tía ya madura. Luego, algunas mentiras hábilmente usadas le sirvieron para evitar las azotaínas del padre.Fraguó mentirillas inocentes y farsas monumentales que le ayudaron a sortear pequeños y grandes obstáculos de la vida. Pero todas ellas fueron enquistándose en él y le pesaban, mortificantes, en la conciencia. Ahora sentía que la confesión lo redimía.Se durmió casi al alba, aliviado y sereno.A la mañana siguiente, cuando el sol lo inundó todo y cuando ya estuvo roto el mágico escenario de la confidencia, se enfrentó al interlocutor para decirle, resentido:-Todo lo que anoche dije es falso. No soy mitómano, ni lo he sido jamás.

Héctor Rodríguez González, Santiago de Chile.
gambito Sábado, 5 Noviembre 2005 22:53


Medusa
El reflejo sigue siendo atroz. Estampada en el escudo, se puede calibrar mejor para acertarle el golpe definitivo. Cada vez más cerca de cortarle la cabeza, me angustia pensar que mis manos sean de piedra.

Antonio Tuya
gambito Sábado, 5 Noviembre 2005 03:48


Fragmento
Tengo varias fotos de Tristan en el disco duro de mi computadora. Fueron tomadas mientras estuvo a aquí, durante una semana. Por ahora me es imposible lograr separarme de ellas y no sentir que una luz oscura cubre esas imágenes, algo que las hace impenetrables y enigmáticas. Y entonces todo es negro. Como si apagasen la luz. Debe ser aquéllo que no nos es revelado en nuestras vidas, aquéllo que nunca terminamos por saber. Con Dios muerto, sólo una cosa nos queda, conocernos a través de los otros.Si elijo una de ellas para ponerla frente a mí, lo que veo es un rostro ovalado, el mentón se hunde en el pecho, la boca es grande y se mantiene sellada, guardando su secreto. Lo que ilumina ese rostro es la mirada, brillante, húmeda, impregnada de un resplendor fatuo. Ese rostro se me aparece en toda su desnudez, sin defensa y sin máscara. Debe ser su edad y la forma cómo ignora lo que sucede a su alrededor, o lo que suscita cuando se mueve y respira. Cuando hace un gesto para estirarse y alcanzar el marco de la puerta dejando ver el borde de su ropa interior que muerde un poco la caída de sus riñones. Es una mirada dócil, que se proteje bajo la rigidez de la mandíbula, enmarcada por esos gestos que niegan la porosidad de los ojos, niegan una persona sensible, no saben que está allí, que existe. No la han visto. Esos ojos te miran, pero no te miran para reconocerte sino para decirte que todavía tú no existes, que a lo mejor jamás vas a existir, que estás destinada a ser una anécdota, una sombra que ha pasado un día, lejos de sus necesidades. Y es lo que veo en la otra foto, en ésa en la que estoy sentada, y un gesto de frustración se contiene en el ceño. Un gesto que escarba y golpea el exterior para lograr una respuesta. Pero se queda silenciado y solo. Ese rostro está allí, entre el niño y el hombre, el hijo y el amante, el hermano, y nuevamente el amante, está allí en toda su ausencia, escribiendo un texto invisible al pie de la foto, de que nunca jamás, nunca jamás volverá a estar presente. Nunca más ese cuerpo, de esa forma: deseado sin esfuerzos y sin comprender qué está pasando ni qué tabú se rompe cuando me acerco para tocar su piel. A los quince años pude haber sido su madre.Llamé a una amiga para preguntarle cuántos años de diferencia hay entre ella su pareja: Veinte y no son nada.No es su edad lo que me duele, al final de cuentas los hombres viven sin culpabilidad sus amores por mujeres más jóvenes y en el fondo no hay ningún tabú que romper, es ese espacio de tiempo que no hemos compartido lo que representa una zanja que no puedo saltar, una zanja oscura como la de una muerte próxima, una ausencia a la que no me acostumbro con el paso de los días. Ese fantasma de su cuerpo, ese silencio que sigue a su ausencia. Como en una foto.

De Aquella imagen que transpira

Patricia de Souza.

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